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El País Vasco producía cantidades inmensas de ese oro blanco, y en la mayoría de los muros podían leerse a la luz de los faros del coche carteles en los que se proclamaba que tal o tal marca de queso nos convertía en 100% BASQUE. Una gran quesería adquiría enormes espacios publicitarios para alabar un queso que, supuestamente, era Basque de Caractère, es decir, un producto desconfiado, violento y mimado por la naturaleza, como somos los vascos. Durante los últimos meses había descubierto, sorprendida, que existía un tipo de queso Qui Parle Basque, y que hacía despertar en las moléculas el auténtico tarareo de la lengua. ¿Cómo se declinaba el DNI de ese fantástico queso? ¿Cumpliría las normas sanitarias europeas? ¿Y qué decir del artículo 2º de la constitución francesa? En un momento en que se nos negada la vasquidad, el queso, infiltrándose por los sinuosos recovecos del mercado, nos ofrecía el último marchamo autorizado de nuestra identidad.
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