Beth Lincoln creció en el norte de Inglaterra, en una antigua estación de tren de la época victoriana. De pequeña le daban miedo muchas cosas, entre ellas las muñecas de porcelana, el puma de Durham y los armarios que la miraban de forma extraña. No se hizo muy alta ni muy lista, y no aprendió a tocar ningún instrumento, pero escribía historias, una mala costumbre que todavía conserva. Cuando no escribe, talla madera, enreda en su piso o habla sin parar con quien tenga más cerca sobre sucesos inexplicables. Le encantan los fantasmas, las patatas fritas de bolsa y las palabras antiguas raras. Los Swift es su primera novela. Nació de su amor por las palabras, lo gótico y las historias de misterio clásicas.
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