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Piero della Francesca conoce las grandes capitales del arte, vive en Florencia y en Roma, pero prefiere las colinas de los Apeninos: Sansepolcro, Arezzo, la corte de Urbino, los cerros de la Valtiberina y del ducado de Montefeltro son los escenarios en los que trabaja el maestro que encarna el espíritu del humanismo. La mente, liberada de los vínculos medievales, se vuelve el centro de un universo construido a medida del hombre. Espacio, luz, color, arquitectura y naturaleza: Piero gobierna magistralmente la imagen, con un control intelectual que se anima y fomenta en una poesía que alcanza lo absoluto.
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