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Durante cinco siglos doña Isabel de Castilla, reina de España, persiste como figura enigmática. Objeto, ayer y hoy, de amores ardientes y odios implacables. ¿Santa? o demonio?
La acusan de haber envenenado a su hermano Alfonso, quien la precedía en la sucesión real; de ordenar el asesinato de su pretendiente Pedro Girón; de favorecer la muerte de su hermanastro Enrique IV y usurpar la corona a su sobrina Juana la Beltraneja; de sembrar el terror con procesos y hogueras de la Inquisición; de arrojar de España a judíos y moriscos, masacrar guanches en Canarias, indios en América; de soberbia, altanera, autoritaria?
Bastan dos citas de contemporáneos suyos para situarnos en la incómoda complejidad del personaje. El defensor de los indios Bartolomé de las Casas reconoce «el santo celo, intenso cuidado, continuo sospiro de la dicha Señora muy alta Reina, a favor destas gentes».
El cronista Bernáldez escribió: «La más temida y acatada reina que nunca fue en el mundo, ca todos los duques, maestres, condes, marqueses e grandes señores la temían e avían miedo della». La solución al enigma sólo puede venir de investigadores capaces de dejar a un lado todo tipo de prejuicios.
José María Javierre (1924-2009), historiador y periodista, es un gran conocedor del Renacimiento y el Siglo de Oro españoles.
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