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Damián Ferrer ha cumplido los 50 y está en paro. Tiene una hija adolescente y todavía no ha superado el trauma de su divorcio. Es una típica víctima de la última debacle financiera internacional: ha sido despedido de modo fulminante después de haber trabajado durante más de veinte años en una empresa de marketing directo. Cuando le ofrecen un modesto empleo como conserje de un céntrico edificio de la capital levantina en la que reside, no se lo piensa dos veces. Está dispuesto a aceptar cualquier trabajo libre de estrés que le permita ir tirando. Ya no aspira a mucho más. Sobre todo no tiene ganas de complicaciones. Sin embargo, lo que le espera es precisamente eso: complicaciones. Y en tal medida y de tal naturaleza que escaparán por completo a su capacidad de asimilación. Pero el empujón que lo precipitará por un auténtico tobogán de locura y horror no se lo dan directamente a él, sino a una desgraciada y desconocida mujer en el andén de una estación de metro. Este asesinato absurdo que presencia el protagonista de modo accidental será el primer indicio de la verdad definitiva que está a punto de descubrir: la de que ninguna cautela, ningún principio racional de prudencia puede librarnos enteramente de la implacable crueldad del mundo.
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