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Cada vez es más amplio el consenso acerca de que el aforismo es el género más ajustado y representativo de nuestra época. Ajustado por su brevedad aprendida de la comunicación en las redes, por su necesidad de condensar incisivamente el pensamiento al modo del lenguaje publicitario, y representativo del momento en que la lectura debe copiar los tiempos breves que impone el imperio de la imagen. Todo en la forma y propósito del aforismo parece coincidente con esta nueva naturaleza de la comunicación. Pero hay un factor más. Y es que, a pesar de todo, no es corriente que los jóvenes cultiven el aforismo y sí que lo hagan los autores en los que se han acumulado la vida y sus peripecias. En el caso de estos últimos, cada sentencia aforística condensaría la esencia fundamental del pensamiento y caería sobre el papel, o la pantalla, como gotas depuradas por la experiencia. De hecho el aforismo recibió su primera influencia de la tradición gnóstica que reflejaron escritores como Esquilo o Píndaro, aparte del presocrático Heráclito de Éfeso. De modo que, curiosamente, en aparente paradoja, el aforismo o el proverbio vienen de muy lejos y son hoy, a todas luces, lo que más se aproxima a la manera expresiva de la época. Vicente Verdú, uno de los mejores ensayistas europeos a la hora de señalar las tendencias sociales y explorar El estilo del mundo (Anagrama, 2003), viene a ser con este libro el testimonio directo de lo que se lleva y adónde nos llevan las nuevas tendencias de la literatura. Con su lucidez proverbial y la belleza de su estilo, Tazas de caldo es, así, de una parte, la obra más personal de su autor, y, de otra, una muestra de pensamiento filosófico y sociológico propagado mediante píldoras. O, en el mejor de los casos, mediante balas de plata. ¿Balas de plata que dan en el blanco y sosiegan como un caldo? ¿Tazas de caldo para consumir el texto a sorbos y no ya de un grosero tirón, como los bestsellers baratos? Efectivamente, cualquier acierto en la diana de la verdad, la emoción o el deseo procuran paz y compañía de espíritu. Pero también, como sin humor no se llega a ninguna parte, la «taza de caldo» evoca la «sopa de ganso». Marx regresa así desde el capital ardiente y pesado de una vieja siderurgia a la irradiación correspondiente al presente «capitalismo de ficción», que seduce con el artero fulgor de una chispa.
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