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Treinta y un años después de su muerte, Marilyn Monroe aún continúa siendo un misterio, un conjunto de paradojas. La rubia tonta a quien todos admiran como una de las más inteligentes actrices que ha producido el cine americano, el ídolo de multitudes que se casó con un escritor de izquierdas perseguido por el maccarthismo, el personaje público con una vida secreta en la que pudo haber sido la amante de uno o más Kennedys y quizá de algún que otro mafioso, y uno de los sujetos de la atención del implacable Edgar Hoover y su FBI. Mucho se ha rumoreado y se ha escrito sobre la vida y la enigmática muerte de una de las mujeres más hermosas de Hollywood, estrella fulgurante en la mitología de varias generaciones. Tantos ríos de tinta han corrido acerca de la rubia más famosa del siglo, que una vitriólica columnista inglesa ha dicho que después de muerta, más que descansar en paz, descansa en pedazos. Y en todo esto, ¿cuánto de verdad, de media verdad, y de interesada invención?
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