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Tomando como punto de partida una calle poco transitada de Madrid y a un personaje que ha ido limitando el escenario de su vida a su piso y su calle, Soledad Puértolas va trazando el relato de diversas vidas, marcadas por la pasión, los amores clandestinos, la ambición artística, el desconcierto, la búsqueda de la felicidad. Y las vidas, conforme se desarrolla el relato, van trazando un dibujo de forma circular, porque ninguna vida se acaba del todo mientras pueda mezclarse, trenzarse con las otras. Es cierto, como nos dice el narrador, citando a Quevedo, que «solamente lo fugitivo permanece y dura». Son precisamente los momentos fugaces en los que se percibe la belleza los que trazan el dibujo que relaciona a los personajes. El tiempo es sabio y quizá clemente. Avanza en varias direcciones para dejar en el aire un vago mensaje de armonía, un apoyo para que la búsqueda de la belleza, del amor, de la felicidad, no resulte tan ardua, para que la esperanza de un encuentro perfecto, ideal, se mantenga viva.
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