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En el año 122 d de C, Hadriano, desembarcó en Britania para que sus legiones construyeran el muro que lleva su nombre, una defensa militar contra los caledonios irreductibles del norte. El imperio reducía sus fronteras para hacerse más seguro mientras que buscaba plata para seguir manteniendo su envidiable estado del bienestar. El comercio con las lejanas tierras de oriente, desde la India a la China, convierten a Alejandría en una de las ciudades más potentes del imperio. Pero toda la plata circulante sale de occidente para ir a morir a manos orientales. Unos mercaderes hispalenses, cercanos al círculo de influencia del emperador, se proponen pensar a lo grande frente a los tiempos pequeños que se anuncian. Y clavan sus ojos en una aventura casi tabú: ir a buscar oro al país de los negros africanos. Son las Caravanas de Hadriano, una posible solución para que el mundo que empieza a desaparecer no entierre a los emprendedores junto al ajuar funerario de una época que, en lo más alto de su cima política, empieza a ver el desfiladero de la decadencia.
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