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En las sociedades capitalistas más desarrolladas, progresivamente despobladas y envejecidas, la mayoría de los dispositivos humanos son biopolíticos, es decir, no matan, aunque sirven para realizar ajustes demográficos a largo plazo. El modelo tanatopolítico permanece dormido, como a la espera, en la agenda del Estado que las rige. La impostura política prolifera dentro de tales sociedades debido a que rara vez se reconoce en público que casi todos sus miembros están amortizados en las cuentas del capital, que graciosamente puede regalarles la vida o puede, si el coste es aún menor, directamente matarlos.
«El trabajo fue consumación de series disciplinarias, fin último de los hombres construidos en la relación-capital, apoteosis de la producción capitalista. Ya no lo es: ha cambiado su función. Hoy el trabajo en los centros del capitalismo globalizado es, en gran parte, trabajo inútil desde el punto de vista de la producción en general, pero sigue siendo el principal criterio de clasificación y distribución de hombres», Raúl Fernández Vítores.
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