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Las biografías de compositores e intérpretes suelen conceder excesiva atención a la música, cuando no a las propias memorias de los artistas, en perjuicio de una comprensión cabal y ponderada de la vida y obra del artista y su circunstancia. Ensayos estos que, a la usanza academicista, rara vez van más allá de los límites de la investigación bibliográfica; obviando otras posibilidades que brinda el trabajo de campo -ya sea por medio del periodismo de investigación o vía la reveladora exhumación de los testimonios de otras fuentes, tanto o más relevantes que la memoria selectiva del autohagiografiado-.
Así pues, en lugar de relatar, como dicta el canon, el ascenso y declive del objeto de esta reconstrucción arqueológica --con tintes de investigación detectivesca-, Blackbum nos propone otra aproximación: permite que sean las voces de los personajes que trataron y conocieron a Billie Holiday quienes tomen la palabra. Invocación espiritista que ha sido posible gracias a un inesperado hallazgo: las más de 150 entrevistas realizadas por Linda Kuehl en los años setenta a acólitos, vagos y maleantes. No obstante, cuando llegó el momento de transcribir dichas grabaciones, escudriñar entre recortes de periódicos, zambullirse en su correspondencia y examinar otros artefactos, Kuehl se vio abrumada por la responsabilidad de tener que pronunciarse sobre la relevancia y el valor de las fuentes consultadas. Para colmo, el material reunido fue rechazado por el editor que la animó a acometer tal empresa, y de nuevo por otro que tampoco supo apreciar el valor de ese polifónico retablo. Kuehl se suicidó en 1978 pero las grabaciones se conservaron y, tras diversas vicisitudes, fueron a dar con sus cintas en manos de un coleccionista a cuya generosidad debemos la materialización póstuma de aquel encargo frustrante y frustrado.
El gran acierto de Julia Blackburn está en el tratamiento y la orquestación de esa multiplicidad. Poco importa si las historias no concuerdan, si tropezamos con alegatos contradictorios o incluso si estas contrapuntísticas semblanzas parecen versar sobre un ser irreconocible. El desafío era liberar a la artista no solo de las ensoñaciones que recitó a William Dufty en Lady Sings The Blues, sino también del reduccionista estereotipo que se nos ha servido hasta la saciedad. Y eso, precisamente, es lo que con gran tino consigue Blackburn, invitando al lector a que extraiga sus propias conclusiones.
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