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«La materia de mi poesía está en deuda con el cuidado y el ejercicio de los ojos», dijo Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) en una de sus conversaciones con Eckermann. En 1932 Paul Valéry rendiría honor a esos ojos al escribir que «nuestra sed de plenitud de la inteligencia, de mirada universal y de producción muy feliz» están satisfechas en la obra de Goethe. La mirada, en efecto, se menciona en el medio de ese infinito elogio como distintivo del autor de la Teoría de los colores, producto, por así decir, de un poeta de la ciencia.
Poeta y científico, sí, y también teórico del arte y artista, político y filósofo, hombre de teatro y naturalista, viajero y biógrafo de sí mismo, intérprete de Shakespeare y de Kalidasa?, este inmenso escritor tomó el conocimiento visual por soporte de la relación humana con el mundo; en su teoría de la visualidad se adentra el presente ensayo.
«Por encima de cualquier otro, fue el ojo el órgano con el que comprendí el mundo» (Goethe, Poesía y verdad, II, 6).
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