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El 24 de febrero de 1530, Carlos V recibía en la ciudad italiana de Bolonia la corona de emperador de manos del pontífice Clemente VII. El acontecimiento, de largo alcance y significación, constituyó la más contundente afirmación del poder y la fuerza imperiales. Engalanada la ciudad como trasunto de Roma, el alborozado pueblo boloñés, acudido en masa al evento, vio desfilar por entre arcos de triunfo, galerías y columnas all'antica, trofeos monumentales y colosos escultóricos, al soberano del mundo y su imponente cortejo: un sinfín de cardenales, obispos, príncipes y caballeros venidos de todas las naciones del occidente cristiano para honrar al flamante césar y una infinita selección de sus victoriosas y variopintas mesnadas, revestidos todos para la ocasión con los más ricos uniformes y atavíos. He aquí el testimonio literario y visual de aquella deslumbrante celebración y aquella colorista cabalgata: el relato que debía guardar inmortal registro del acontecimiento, escrito por el polígrafo humanista colonés Enrique Cornelio Agripa de Nettesheim (1535), teólogo, jurista, médico, alquimista, nigromante y
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