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La Ciudad Eterna, la Ciudad de las Siete Colinas se presenta ante el viajero bajo diferentes aspectos. Por un lado, su cara tradicional con las ruinas de un imperio y por otro el esplendor del barroco en sus iglesias y palacios, las amplias plazas y las estrechas callejuelas que parecen convertirse en un laberinto, los elegantes barrios y los más humildes donde los niños y las mammas imponen su ley. Las dos principales causas por las que el viajero acude a Roma son su pasado y su arte y la religión. Pero que el turista no piense que todo son ruinas antiguas, arte en museos, palacios e iglesias, cada calle y más concretamente cada plaza es un mundo en sí mismo. Cuando se visite la capital, es imprescindible sentarse en alguna de las terrazas de sus plazas (Navona, Popolo, Spagna, Trastevere) para contemplar un desfile de gentes de todas las nacionalidades y tendencias. Aunque lo más entrañable, son esas pequeñas plazoletas donde los vecinos aún continúan sacando sus sillas para mantener viva la llama de la amistad y vecindad y donde se descubre a los propios italianos en su salsa, siempre gesticulantes y dicharacheros.
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