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José Mari Soler, maestro y padre de familia, fue uno de los primeros testigos del nacimiento de las comunidades neocatecumenales, a finales de la década de los sesenta, en el barrio de chabolas de Palomeras Altas. Su participación en la primera hora de lo que después se conocería como Camino Neocatecumenal estuvo marcada por el impulso misionero, el celo de predicar por todas partes y a todo el mundo la «perla preciosa» que había encontrado. Catequista incansable, anunció el kerigma con verdadera pasión en numerosas parroquias, abriendo comunidades y llevando esta nueva experiencia de catecumenado por todo Madrid, Levante y Euskadi. Este mismo celo lo llevó, en 1986, junto a su mujer y sus dos hijos menores, a continuar con la evangelización en los Pueblos Jóvenes de Callao, en Perú. De esta experiencia brota el epistolario que aquí presentamos, un conjunto de cartas familiares en las que el propio José Mari insiste, a tiempo y a destiempo, en la Buena Noticia que cambió su vida: la absoluta gratuidad del amor de Dios hacia todos los hombres; amor que, cuando se experimenta, anticipa en el mundo el sabor de la Vida Eterna.
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