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Las figuras que recorren Maremágnum de Alejandro Tarrab buscan la incertidumbre, la borradura. No sufren el accidente, reconocen su naturaleza escindida. Estos seres-figuras husmean los pasajes brumosos, la barahúnda; su avance y su estar se asemejan en ocasiones al animal («mientras babuina, la Figura se enjambra por el verde, resuella»), aunque, las más de las veces, se extravían deformes con sus dos cabezas o son cubiertos o sostenidos por prótesis («máscaras que cubrían máscaras hasta llegar a una prótesis que era su cara»). Sus voces son resabios negros en la garganta, dicciones que se queman y se acaban en el aire («quiero decir quisiera con esta voz deshecha, agredida por un autorretrato»). El Maremágnum es el espacio de la confusión, un lugar incierto en donde «la masa de imprecisión aumenta» (Michaux dixit): cualquier puente, cualquier interior de cualquier ciudad, cualquier arrabal que desemboque al vasto mar, al desconcierto.
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