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Liberación prolongada es la eterna historia sobre la necesidad del ser humano de sentirse libre. Libre de su Atenea: de su conciencia intrínsecamente ambivalente y polimórfica que se empeñará en aconsejarlo hasta el martirio; para decirle lo que tiene que hacer, para plantearle dudas. Entre los límites convencionales y de la indefinición, esta Atenea —auténtica voz de la conciencia— se inhibirá y se mantendrá oculta, disfrazada y escondida: “no me pidas que sea testigo ni que te haga cambiar de opinión cuando delante de la última zanja pienses en volarte la tapa de los sesos”.
Consciente de su impotencia, el ser humano dejará que su Atenea lo abra al mundo, al amor y al desengaño. Entonces, aprenderá que los amores prohibidos tampoco son una liberación y que la amistad y los compromisos sólo prolongarán la espera de verse libre; porque huir no se logra sin buscar en los intersticios de la mente y vislumbrar en qué momento terminará por escapar la vida y el crimen quede sin castigo. Sólo entonces se comenzará a vivir y el alma podrá encontrar su liberación prolongada.
Liberación prolongada es una obra que se abre al mundo negro y criminal con un empuje casi mitológico en el que los dioses, cuando se aparecen, lo hacen en circunstancias muy poco fiables como la voz de la conciencia o, tal vez, porque los dioses proceden de la voz de la conciencia.