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Lo que había ocurrido realmente el 23 de febrero de 1981 está claro hoy: independientemente de los autores e inductores, no había sido nunca un intento de golpe de estado sino una operación especial para reparar el sistema político, una operación con la que estaba de acuerdo la mayor parte de la clase política, y por supuesto, la institución monárquica. En principio su objetivo era el de solucionar los problemas surgidos con el desarrollo del proceso autonómico, reformar la Constitución en aspectos que parecían necesarios, modificar la ley y proceso electoral, y acabar con la violencia terrorista. No se hizo nada de esto, y a fecha de hoy sigue sin haberse hecho nada -a excepción del problema terrorista-, ya que el verdadero objetivo era solo reforzar la posición y el papel de la monarquía, sacrificando cualquier otra posible finalidad. La consecuencia inmediata del 23 de febrero no fue otra que la de que la Corona emergiera de forma poderosa ante la opinión pública y toda la nación, con el beneplácito de la clase política, cómplice de aquella farsa. Antonio J. Candil era militar en activo durante los meses
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