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Viajé al Ártico en el verano de 2018. Compré un pasaje en un crucero que escogí cuidadosamente, tras descartar los barcos grandes que arrojan diariamente a centenares de turistas en las playas. Mi barco era el Rembrandt van Rijn, una goleta holandesa de tres mástiles provista de un motor, construida en 1924, con una tripulación de diez personas y camarotes para solo una treintena de pasajeros. El Rembrandt zarpó de Longyearbyen, en el archipiélago de Svalbard, navegó durante unos días por el noroeste de la isla de Spitsbergen, y después cruzó el Mar de Groenlandia y se internó en los fiordos de la remota costa oriental groenlandesa. Llevaba conmigo algunos libros, y en el Rembrandt había también una pequeña biblioteca sobre la naturaleza y la historia del Ártico. Llevaba también un hermoso cuaderno artesanal, de papel grueso y tapas de cuero. Escribí mucho durante las largas horas de navegación, hasta que se me acabó el cuaderno y tuve que comprar otro (por suerte era posible adquirirlos en el barco). Estas páginas recogen lo que escribí.
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