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Hay al este de Medellín un pueblo que se alarga sobre el cauce del río Magdalena, un lugar donde la Historia colombiana más brutal se encuentra con el fuerte influjo del pensamiento mágico y religioso. Su nombre es Puerto Berrío y en su cementerio, junto al antiguo muladar, pared con pared con el muro de tumbas en el que yacen los desheredados, se levanta otro panal de nichos de colores. Los ocupan los ene ene, los nomina nescio, los guerrilleros y víctimas sin nombre que bajan por el río desde 1948. Los cuerpos que se quedan enganchados a las ramas y en las redes de los pescadores y que, al final, son recogidos por Pacho, el sepulturero que se ocupa de ellos por pura compasión. Cuando los habitantes de Puerto Berrío escogen a un ene ene, le dan un nombre nuevo. Se encomiendan a él. Acuden a su lado para acompañarlo. Les hablan, les piden y, algunos, hasta dicen sentir su amparo. Cubren los nichos de pintura, ponen pegatinas y flores, pero siempre de manera que la palabra escogido, escrita en negro sobre la piedra de la tumba, pueda leerse como un grito de denuncia del horror. Patricia Nieto, nombre cla
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