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Un día del siglo XVII del que ninguna crónica habla, el carruaje de Christina de Suecia se detiene frente a una casucha en Ámsterdam. ¿Qué hace allí? Ya se sabe que la real señora muy cuerda no está, que lo mismo le valen mancebos que muchachitas, que de ser esposa y madre ni hablar, y que por eso ha abdicado. No digamos ya su fascinación por ese filósofo de moda, René Descartes, que acaba de morir en su castillo La casucha en cuestión es de Hélène Jans, partera respetada, maestra en hierbas y también amante de Descartes. Christina ha venido a conocerla. Tres siglos después, la estudiante de filosofía Inés Andrade descubre un viejo arcón en el desván de su casa y, al abrirlo, estalla la maravilla: allí hay cartas filosóficas, polvos para secar lágrimas, jocosas canciones de una reina sueca o el Libro de remedios de una tal Hélène Jans. Del fondo del arcón llega un potente aroma de hierba mora y frambuesa y, al asomarse, Inés ve una casucha con las ventanas reventadas, libre al fin de contar siglos de sororidad, de cuidados y de sabiduría femenina retenida en el puchero. Dentro, una reina loca y una bruja siguen a lo suyo, filosofando
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