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Su fascinación por el lenguaje no se limita al hablado: recorre las ciudades y los pueblos tomando nota de los nombres de los comercios, los anuncios y los grafitis, una rutina que se repite en casi todos los textos. También se preocupa por las formas de la oralidad cercanas a la literatura, como los refranes. Como viajera y como cronista, Hebe Uhart tiene sus rutinas. Al hotel lo considera su refugio. El café es el otro sitio infaltable, que busca con desesperación. Si no lo encuentra fácilmente se conforma con un parador de ruta, siempre que pueda encender un cigarrillo, hojear el diario, observar a los parroquianos y a los que pasan caminando, del otro lado del vidrio o cerca de su mesa. Es furtiva, además: se queda poco tiempo, necesita absorber mucho, aprovechar al máximo. Sin embargo, no hay urgencia en sus crónicas.
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