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Historia de un brazo arranca en el momento en que cae el telón. Su comienzo coincide con el final de una vida, pero con un solo movimiento, sutil, de muñeca, Ricardo Sumalavia nos transporta del realismo de una morgue hasta las arenas movedizas del género fantástico; con la presencia/ausencia de un tercer brazo. Oculto bajo la camisa del padre del narrador, casi invisible, el brazuelo irrumpe con vida propia en momentos estelares. Basta su sola presencia para desbordar el decorado sepia de un interior burgués y zarandear mediante un esguince el tono de comedia de la novela, empujándolo hacia un territorio de extrañamiento más inquietante y oscuro, poblado de imágenes de plasticidad onírica, por momento delirantes. Esta novela corta nos regala una bonita enseñanza de orfebrería narrativa. Un solo brazuelo, apenas entrevisto, es capaz de poner en solfa el tejido de la realidad. Se trata de una especie de maniobra posmoderna, muy libre y deliciosa, de trazo firme y amenidad inagotable, con cuentos dentro del cuento, saltos cronológicos, y la familia como teatro de todas las disfunciones. Al final, no queda claro si Sumalavia escribe seriamente una comedia o si nos cuenta, sonriente, un drama; y, además, no importa, pues se contará para siempre como una de las pesadillas más felices de nuestra biblioteca.
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