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En el conjunto de la Eneida de Virgilio, el libro cuarto -que aquí se traduce en hexámetros castellanos por fidelidad al ritmo del original-, destaca con luz propia. La seducción ejercida y el prestigio del que ha gozado son lógica consecuencia de sus altos valores éticos y estéticos, pues tiene, en primer lugar, una palmaria rotundidad argumental, sellada con la muerte de su protagonista; y se singulariza en el universo épico (que por norma se centra en los hechos del varón, en la guerra y en las armas) por ser iluminación de sentimientos y no relato de acciones, y por atender predominantemente a la esfera de lo femenino. Este es el libro de una mujer enamorada: Dido, reina de Cartago. Pero también es aquí donde el héroe Eneas se enfrenta de manera más radical a la difícil elección entre su yo y su pueblo, entre afirmarse como individuo y seguir siendo el guía, sostén y servidor de los que van con él. Hay en este libro símiles naturalistas de innegable acierto y detallada visualización, versos de impactante armonía sonora, lenguaje mesurado y llano, que sugiere mucho más que dice. No en vano este libro ha
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