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Benjamín ha recibido una misión que se le antoja desmesurada: detener la Guerra Civil. Aunque no cree que sea posible, para eludir un probable pelotón de ejecución recorrerá un país que se ha lanzado, al parecer con entusiasmo, a su propia destrucción. De camino irá encontrando estrambóticos personajes, apariciones delirantes que le harán pensar que se ha vuelto loco. Menos mal que se encuentra con Julia, una mujer mucho más capaz que él de orientarse en medio del sinsentido. Esta novela es un disparate, un mundo de alucinación en el que escenas realistas conviven con sucesos imposibles, aunque nunca se sabe si las situaciones más esperpénticas están sacadas de la realidad o de la imaginación del escritor. La Guerra Civil que se encuentra en estas páginas no puede servir para alimentar discursos solemnes, porque no hay aquí héroes ni biografías ejemplares; tampoco hay relativismo moral ni equidistancia política. Las voces de Cervantes, Valle Inclán y Kurt Vonnegut resuenan en esta novela que es, ante todo, una meditación sobre la guerra, sobre todas las guerras y, también, una reflexión lúdica sobre la utilidad de la literatura.
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