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Esta es una novela que se sueña a sí misma. Puede parecer una esquizofrénica alucinación, porque narra la historia de un personaje que viaja en un ómnibus por La Habana, pero no precisamente por las calles, sino por dentro de las casas, de los edificios. El absurdo, se entiende. Lo que se cuenta parece irreal. Como suele suceder a veces con lo que se vive. Parece una mentira que alguien se inventa para poder entender el absurdo de la realidad que le tocó vivir. Eso es lo que le ocurre al pasajero que viaja en este ómnibus. Su historia es una desesperada travesía, tan pesadillesca y múltiple que para alcanzar a contarla no fue suficiente una sola historia. El autor tuvo que valerse de muchas a la vez. Algunas recorren completamente la novela: los últimos días del poeta José Lezama Lima allá en su casa de Trocadero 162, las deslumbrantes apariciones de B, una mujer de fosforescente belleza que habita, simultáneamente, en el pasado y en el presente de un mismo hombre. Todas las historias tienen que ver con la tremenda ilusión que todavía generaba esa década del 70 y con el absurdo en que se estaba convirtiendo.
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