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Hace veinte años el sida puso en peligro la supervivencia de todo uncontinente ante la indiferencia de las grandes institucionesin¬ternacionales. Desde 1996 existían tratamientos contra el sida enOccidente, y los pacientes sobrevivían y gozaban de un buen estado desalud. Sin embargo, África, que contaba sus enfermos por millo¬nes yno por miles como en los países ricos, veía cómo se le negaba elacceso a las terapias. ¿Por qué aquella doble vara de medir? Se decíaque los africanos no eran capaces de tomar regularmente las medicinas; se consideraban ineficaces los frágiles sistemas sanitariosafricanos; y los caros fármacos antirretrovirales contra el sida, queen Occidente salvaban vidas, eran vistos como un lujo (aun así, paraproteger los intereses de las multinacionales farmacéuticas, no seplanteó recurrir a los fármacos genéricos equivalentes, de bajocoste). En resumen, reinaba el afropesimismo: tratar a los enfer¬mosde sida en la zona subsahariana se consideraba una pérdida de tiempo y de dinero. Mientras tanto, la edad media disminuía y las economías se desplomaban. A pesar de los esfuerzos de fig
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