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Su nombre parece condenado. Su rostro apenas se adivina en las vitrinas de un museo. Una nebulosa de olvido envuelve hoy la figura de Aníbal Barca en la otrora Hispania, como parte casi accidental de su postergada historia antigua. ¿Por qué tal destino para el hombre que osó desafiar a Roma desde nuestra tierra? Desde que pusiera pie en Gadir acompañando a su padre, en 237 a. e. c., hasta su partida, al frente de su ejército, en 218 a. e. c., transcurrieron casi dos décadas. Sin embargo, la atención dedicada a este periodo en la vida de Aníbal es insólitamente escasa. De todo este tiempo han debido quedar huellas, unas muchas enterradas y otras resistiendo inclemencias y desprecios. Sí: en Cádiz, en Cartagena, en el Tajo o en Sagunto, entre otros lugares, resuenan aún los ecos de sus sueños y batallas, al menos en el oído de quienes quieren oírlos, impelidos a recorrer los pasos de aquellos que los precedieron y acaso como respuesta a un profundo anhelo de permanencia. Es esta la historia ilustrada de un emocionante viaje cuyas conclusiones reivindican su dimensión hispánica y desagravian a uno de los personajes más fascinantes de la Antigüedad.
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