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Ocurre que toda filología, sea clásica o moderna, ha surgido, en principio, para superar las dificultades que plantea la barrera lingúística que separa el al autor del lector. Leer a Cela, Benavente o Zorrilla, por poner ejemplos hispánicos, es tarea relativamente fácil. Menos lo es ya leer a Quevedo, Calderón o Góngora: en este caso, nos será preciso comprender el sentido de muchos términos que son ya obscuros para un lector del siglo XX -aparte otras dificultades inherentes al estilo -. Será, además, menester información acerca de los aspectos de la vida, o de algunos menos, y del pensamiento español del siglo XVII. Pero para entender, pongamos por caso, el Poema del Mío Cid, los instrumentos auxiliares serán, inevitablemente, mucho más abundantes. Será preciso, en suma, echar mano de toda una metodología filológica.
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