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Andrea Rojas Vázquez escribe como quien juega delicadamente a la rayuela o al escondite, escribe como niña que juega con los ojos vendados y preñados de inocencia, a sabiendas de que un mundo de violencias vibra a su alrededor. Llévame a casa, por favor, es un libro en el que la oscuridad lo abarca todo con sus alas rojas, una oscuridad que toma el día y lo convierte en polvo. La autora escribe con una mano que envejece en cuanto convierte el paisaje en verbo, desea quedarse en la oscuridad con el cuerpo al descubierto: en la oscuridad de su propia carne.

Llévame a casa, por favor, trata de niñas que quieren huir del paisaje, que temen la oscuridad al tiempo que la aman, dado que es lo único que conocen. Es un libro en el que el cuerpo se besa a sí mismo, se llora, se mama, y se deja llevar por el sol negro y las nubes. El yo poético de este libro llora hasta desaparecerse el sexo, al tiempo que lloran todas las madres y las niñas, hasta volverse polvo y hueso.

Llévame a casa, por favor
[...] Las niñas que resisten el terror escriben aunque parezca que no escriben. Y a menudo ocurre que el terror no es oscuro, ni duele solamente, ni tampoco sabe más que estar hambriento o maullar para las hijas sin canciones de las otras y ser como el ciclón. El terror es también farol a mediodía, retal de terciopelo, la corteza del pan o aquel abrazo.

El terror puede ser la venenosa y deslumbrante flor de la alamanda. Hay quien le dice jazmín de Cuba o trompeta de oro, pero yo creo que las niñas bambú que resisten en estos poemas de Andrea Rojas Vásquez prefieren llamarla flor de mantequilla agria y mastican sus hojas al destrenzarse el pelo.

En ese erguirse dignas, nos (d)escriben.