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El día que Julián cumple 35 años toma una drástica decisión: nunca volverá a salir ya de su habitación. Allí, acompañado por un monje de barro, un reloj que siempre marca la misma hora, una colección de toreros de juguete y un ejército de soldaditos de plomo, podrá desarrollar sus múltiples habilidades en los parajes más fabulosos y alucinantes. Encerrado en un mundo de doscientas sesenta baldosas, mientras su madre llama insistentemente a la puerta, Julián será cazador de tigres, príncipe, estratega militar, hormiga, ventrílocuo, matador valeroso, ruiseñor, analista en lenguajes cifrados o especialista en materias cosmológicas y botánicas. Julián, único habitante de un mundo perfecto repleto de humor desbordante y absurdo cotidiano, pertenece a la mejor estirpe de otros grandes personajes incomunicados de la literatura: la de un Gregor Samsa atrapado en la piel de un insecto, la del obstinado Bartleby o la de un Leopold Bloom cautivo en Dublín. Porque comparte con ellos un destino que parece perfectamente delineado y una extraña sensación de que la comedia disparatada pronto se convertirá en tragedia.
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