En algunas ocasiones las existencias pueden estar erróneas o no se lo podremos conseguir en el plazo señalado. Confiamos en su comprensión y le agradecemos la confianza depositada. Esperamos no defraudarle.
La santidad no es algo reservado a unas cuantas personas que idealizamos y que, en apariencia, jamás tienen dificultades en sus vidas, ni se equivocan nunca. Eso no es real. La santidad es para ti y es para mí. ¡Estamos llamados a ser luz en medio del mundo! ¡Arder! ¡Arder! ¡Arder! ¡La santidad es arder! ¡Y tiene que ser pronto y definitivo! Las medias tintas no valen para nada: o santos o mediocres. No hay más. ¡Solo la llama de Dios traerá la luz a las tinieblas! En estas páginas lo que te propongo es que seas revolucionario. ¿Cómo? Eligiendo ser santo. Créeme, es lo mejor que nadie te ha propuesto jamás. Tú y yo estamos llamados a la santidad y a poner lo que falta de Dios en el lugar y el tiempo en el que vivimos. Pregúntate qué es lo que falta de esperanza, de fe y de caridad en el entorno que te rodea. ¿Qué falta de Dios en tu familia, en tus amigos, en tu lugar de estudio, en tu trabajo, en tu grupo de la parroquia? Seguro que se te ocurren muchas cosas pequeñas y muy concretas. Ponlas con actos sencillos de amor y estarás haciéndote santo. Así de sencillo y así de precioso es. La santidad no es que merezca la pena, ¡es que merece la vida entera!
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