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William González, desde sus jóvenes 22 años, ha escrito un libro-volcán, un homenaje al fuego de la rebelión; un libro-lago con el agua de tantas lágrimas como las que mojaron la tierra de su patria en esa rebelión de abril a quien le dedica estos versos. Con la madurez de un poeta con oficio recorre el paisaje humano de ese país lejano que habita su sangre y su memoria. En versos contundentes logra el difícil equilibrio de una poesía que va del hecho político al desasosiego humano sin perder en el intento su calidad extraordinaria. Su voz pertenece ya a la mejor tradición de la poesía nicaragüense que una y otra vez desafía el mito de Sísifo y desempolva tenaz la esperanza.GIOCONDA BELLI A Nicaragua, en sus interminables ciclos de violencia, le vuelve a doler respirar y William González, con este libro, demuestra que la gran poesía del país centroamericano, que siempre estuvo al lado de los que sufren, que nunca olvidó su vocación insurreccional, tiene relevo. No hay panfleto ni dogma en estos versos que emocionan y conmueven, que dejan claro que la libertad de un pueblo no merece ninguna muerte.
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