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Pocos artistas fueron ma?s degradados en vida que el Aduanero, y pocos hombres opusieron una cara ma?s complacida a las mofas, a las groseri?as con que lo hostigaban. Este viejo corte?s tuvo siempre el a?nimo tranquilo, y, gracias a una feliz cualidad de su cara?cter, interpretaba interesadamente en las burlas que los que mayor aversio?n le teni?an estaban en cierto modo obligados a opinar de su obra. Por supuesto esta serenidad no era otra cosa que orgullo. El Aduanero era consciente de su fuerza. Una o dos veces se le escapo? que era el mejor de los pintores de su tiempo. Y es posible que en bastantes aspectos no se equivocara mucho. Porque si bien de joven no recibio? una educacio?n arti?stica (y eso se nota), parece que, en la madurez, cuando quiso pintar, observo? a los maestros con pasio?n y fue casi el u?nico entre los modernos que adivino? sus secretos. Sus defectos consistieron solo a veces en un exceso de sentimiento, casi siempre en una bonhomi?a popular de la cual no habri?a podido sustraerse y que contrastaba bastante con sus proyectos arti?sticos y con la actitud que habi?a podido adoptar en e
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