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El desafío de la postmodernidad, en sus diversas configuraciones, es el gran reto que tiene ante sí Occidente y particularmente el cristianismo. A lo largo de su historia bimilenaria, la Iglesia no ha dejado de relacionarse con la cultura. En muchas épocas, ella misma ha sido un importante agente creador; en otras, se ha enfrentado a los efectos deshumanizadores de la cultura dominante. Para realizar esta labor, la Iglesia se ha servido de la teología como instancia crítica. Durante el siglo XX, el diálogo con la Modernidad fue especialmente fecundo (basta señalar los efectos beneficiosos del Concilio Vaticano II). Sin embargo, la Postmodernidad, o Modernidad tardía, ha abierto un nuevo escenario de confrontación dominado por el pluralismo, la fragmentación, el consumismo y la cibercultura. A este nuevo reto ha de responder una teología renovada (narrativa y estética), que ofrezca una propuesta humanizadora creíble y salvaguarde la identidad cristiana. En el corazón de este desafío, cuyos límites son difusos, discurre la vida cotidiana, tanto personal como comunitaria, del creyente. Por ello, la Iglesia únic
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