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A principios del siglo XX, pintores y escultores dejaron a la fotografía la tarea de reproducir fielmente la realidad y convirtieron en tema de sus obras la naturaleza de los elementos formales: el color, amplitud y textura de la pincelada sobre el lienzo plano, el despliegue de volúmenes en el espacio y su propia materialidad. Los arquitectos, partícipes del mismo espíritu de búsqueda de esencialidad, se centraron en el diseño de espacios regidos por el principio de funcionalidad. El producto de estos nuevos planteamientos fue la aparición de continuas y espectaculares audacias formales que dieron origen a la sucesión de movimientos que recorre la historia del arte en la primera mitad del siglo XX. Pero no fue la renovación formal la causa primera del movimiento vanguardista. Su razón de ser no descansa en una búsqueda compulsiva de nuevas rupturas formales, sino que éstas forman parte de un proyecto de cambio social. No es posible entender las vanguardias artísticas sin no es acercándose a las ideas de utopía social de las que son simultáneamente consecuencia y principio motor. Las vanguardias rompen conti
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