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El 8 de octubre de 2004, un accidente de tráfico en una tarde lluviosa puso fin a la vida de uno de los poetas más lúcidos y profundos de la literatura española reciente. Andrés Mirón consolidó durante la segunda mitad del siglo XX una voz única y singular en la estela de otros poetas como Valente, Juan Gil-Albert, Ramón Gaya o Eduardo Cirlot. En su obra consiguió destilar una plasticidad en el manejo de las lírica donde alternaba su introspección pensadora, la serenidad y el lujo verbal, creando una poesía rica en imágenes y emociones. Entre sus temas recurrentes se encuentran la memoria, la melancolía, la nostalgia y la naturaleza. Su estilo combina la elegancia del discurso con una voluntad de estilo que recurre a vocablos brillantes y recónditos, a veces incluso inventados. Alejado siempre de los clanes poéticos que protagonizaron medios, editoriales dominantes y círculos de poder que dibujaron un panorama prosaico, estrecho y reducido en las últimas décadas del siglo pasado, Mirón dejó una huella profunda en la poesía española de nuestro tiempo tras su repentina muerte, legándonos una obra que a pesar
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