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Quien conozca a Benjamín Forcano, teólogo moralista, descubrirá enseguida su forma de hacer teología: amar la realidad, entenderla y tratar de liberarla. En esa liberación actúa como realidad fundante el Dios liberador de Jesús de Nazaret. Hay teologías abstractas, insulsas y hasta prepotentes. Y hay morales estúpidas y crueles. Sobre Dios no se puede hacer teología si no es desde el compromiso de salvaguardar la dignidad humana, caminando siempre entre los hombres y las mujeres, con corazón y manos comprometidos. Ese es el talante de Forcano. La teología por la teología, no; el teologizar para dejar las cosas como siempre, no; el hacer teología para consagrar el conformismo, el miedo, los favoritismos y los privilegios, no.
La teología trabaja por un mundo según Dios, partidario de la justicia y el amor. El obispo Pedro Casaldáliga, centinela de tanta realidad herida, escribe en el prólogo que Benjamín Forcano aborda los temas actuales «como especialista en moral. Con rigor científico, pero dentro de ese "rigor" humanizado que la moral y la ética exigen para no dejar de ser humanas. Benjamín rehúye el dogmatismo y está dispuesto siempre a tender una mano. Como el buen pastor de la parábola, Benjamín se encuentra mejor con las ovejas que andan "fuera", oteando horizontes nuevos, buscando quizá pastos más vivos, que con el rebaño apiñado y seguro de sí dentro del redil».