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Es difícil querer a esta ciudad. Madrid duele. Sobre todo a los madrileños. Si uno no es cómplice de la barbarie, salir a la calle es llorar viendo el panorama de fachas y fachadas. Madrid ha acabado su proceso de conversión en madrastra mala de cuento de niños. Lleva décadas en ello. Hoy, vencido y desarmado, el vecindario ha terminado por aceptar el papel de ratón tirando de una carroza de calabaza hueca. La chicha se la han comido otros. Nosotros, por nuestra parte, seguiremos paseando esta ciudad mostrenca, rebuscando en la memoria para reconocer las esquinas, atisbar los árboles talados, los comercios cerrados y los vecinos lanzados al hiperespacio de la gentrificación. Tranquilos que no nos vamos a perder, llevamos un plano y es sencillo de seguir, porque Madrid se está urbanizando siguiendo el patrón de los servicios de los bares: al fondo a la derecha.
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