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Ni los reyes castellanos ni los aragoneses disponían de marina de guerra permanente a finales de la Edad Media, aunque en ocasiones tuvieron algunos navíos a su servicio habitual. Cuando era preciso, se recurría a la contratación temporal de barcos de diversos tipos. Los Reyes Católicos mantuvieron esta situación, organizando el servicio de buques y escuadras o armadas para operaciones concretas o periódicas, pero no establecieron flotas de guerra permanentes, cuyo costo habría sido inasumible para la Hacienda regia. Sin embargo, entre 1475 y 1515, la política regia requirió con gran frecuencia que se formaran armadas: muchas veces para la guerra, en ocasiones para la vigilancia y prevención de delitos en algunas rutas mercantiles, y otras por motivos de relación familiar o diplomática con diversas Cortes europeas. Además, el comercio, las pesquerías y, en general, las actividades navales de sus súbditos necesitaban protección jurídica o normativa. A lo largo de aquellos cuarenta años, los Reyes Católicos llevaron a cabo una activa política marítima en las propias costas españolas y desde el Mediterráneo oc
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