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Poeta maldito y genial, rebelde y exagerado, el italiano Dino Campana (1885-1932) pasó, en palabras de Emilio Cecchi, «como un cometa» por el mundo de las letras italianas del fin de siècle. Autor de un solo libro, de un mayúsculo único libro, Cantos órficos (1914), su figura, a medio camino entre el ángel y el monstruo, es parte a la vez de la leyenda de la genialidad y de la pesadilla de la marginación a la que lo relegaron su familia, sus amigos y el mundo literario de su época. Dromomaniaco feroz, vertería su malograda vida de incansable y desesperada ambulación en un puñado de versos vertiginosos que dibujan el escenario de una Italia también desquiciada, una Italia de calles malolientes, de arcos en sombra, de plazas vacías, donde el paisaje, a la vez interior y exterior, es recorrido como una especie de fuga musical por el anverso oscuro de un cuadro de Giorgio de Chirico. Más de cien años después de su composición, el excéntrico canto de este Orfeo vagabundo de provincias sigue resonando en la noche de su libro con una voz única e inclasificable, testimonio de un deseo voraz y siempre frustrado que produjo algunas de las visiones más intensamente alucinadas y alucinantes de la poesía europea de principios del siglo XX.
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