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Convirtió su vocación en una lucha por la vida en el corazón de la guerrilla salvadoreña, en las montañas de Chalatenango, entre 1983 y 1992. Igual que muchos otros y otras internacionalistas, guiada por el ideal de un mundo más justo, Beatriz Yarza, Aloña, se unió a esta causa, y la guerrilla le dejó experiencias y personas que la marcaron para siempre. En hospitales de campaña o refugiándose en tatús, huyendo de bombardeos o compartiendo momentos de convivencia, atravesó los días más duros y los más humanos. Siempre de manera colectiva y con un ingenio extraordinario, lograron improvisar con recursos mínimos soluciones médicas imprescindibles, capaces de salvar vidas en condiciones extremas. Su vínculo con El Salvador nunca se rompió, y ahora, al mirar atrás, recoge lo vivido en un testimonio que demuestra que, incluso en el fragor de la guerra, la vida puede deslumbrar.
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