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Se publican cada año docenas de libros sobre Hitler y el nazismo. Gran parte de ellos repite la misma pregunta: ¿cómo es posible que un pueblo culto y civilizado como lo era el alemán hace noventa años apoyase de forma entusiasta a uno de los mayores carniceros de la historia? Este breve ensayo psicosocial sostiene que la pregunta es ociosa porque la respuesta es obvia: Hitler supo conectar perfectamente sus fracasos y frustraciones personales con los del pueblo llano. Sintonizó con pleno acierto las humillaciones que había sufrido en su juventud con las de una población aplastada por el tratado de Versalles, agraviada y explotada. Hizo llegar a sus compatriotas el mensaje que estaban deseando escuchar: «Se acabaron las humillaciones y las frustraciones. Vamos a ponernos en pie y a reclamar lo que es nuestro». Exactamente el mismo mensaje que dirigen a sus pueblos todos los líderes con vocación mesiánica. Todos: los de 1935 y los de 2025. La primera parte de Mein Kampf se publicó el 18 de julio de 1925. Su centenario es una buena ocasión para recordar lo que dice y las razones de su éxito demoledor.
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