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Miles de peregrinos, gentes de todas las épocas, romeros de toda condición han visitado a lo largo de los siglos la capital de Galicia, ciudad que no sólo supo acoger a los hombres sino también su cultura, haciendo de Santiago un crisol universal de lo mejor y más bello de la civilización de Occidente.

Santiago ocupa un lugar privilegiado en el país gallego, ya que se encuentra situado en un lugar relativamente céntrico con relación a las principales ciudades galaicas. Es paso, casi obligado, entre A Coruña y Vigo, entre las tierras septentrionales y meridionales de Galicia. Cuenta con el aeropuerto internacional de Labacolla, aunque lo más probable es que la mayoría de los viajeros que llegaron, llegan y llegarán a la ciudad jacobea lo hagan caminando, como los buenos romeros.

Desde el siglo IX, por lo menos, los peregrinos visitan esta ciudad que guarda los restos del hijo de Zebedeo, quien escogió las tierras que orillan el Sar y el Sarela como lugar de reposo eterno. Vienen a besar la espalda del santo, cubierta de oro, plata, rubíes y otras piedras de admirar, como las propias de granito, que en uno de los más espléndidos templos del románico protegen la sacra tumba del Apóstol de las inclemencias del tiempo.

En Compostela a la lluvia se le dice arte, un arte fino, húmedo y penetrante que impregna la universal urbe de una belleza que a veces toma la forma del barroco, otras del románico, del gótico o hasta del plateresco... o carga de un perfume de liquen, ácido como el fondo del alma gallega, cada uno de los rincones y rúas de la villa.