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Don Rafael Hernández Marrero fue testigo privilegiado de una época en la que el cine era el gran espectáculo de masas. A través del visor de su cabina pudo observar cómo pasaban por las salas ricos y pobres, niños y mayores, que cambiaban conforme lo hacían las películas que él se encargaba de proyectar. Para don Rafael, el cine y la vida eran lo mismo. Su memoria nos regala un paseo entrañable por una cultura urbana que casi ha dejado de existir. Junto a él asistimos a un relato emocional y arquitectónico donde se encontraban ?sus cines?, hoy totalmente transformados.
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