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A partir de unas palabras en las que Schelling insinúa, a la manera de los gnósticos, que la tristeza es el telón de fondo de la naturaleza en general y de la condición humana en particular, George Steiner desarrolla diez tesis acerca de la tristeza inherente a la condición pensante del ser humano. Como en los «ejercicios de sabiduría» de un Séneca o un Marco Aurelio, pero desde una perspectiva marcada por la neurofisiología y la física cuántica, el autor levanta ante el lector una batería de preguntas que delatan el carácter dramático del pensamiento humano. ¿Hay algo más allá del pensar que sería impensable? ¿Podemos vivir sin pensar en absoluto? ¿El pensamiento es infinito? ¿Cuáles son las relaciones entre el pensamiento y el lenguaje, y entre el pensamiento y el yo? ¿Podemos realmente pensar el pensamiento? En la última de las Diez (posibles) razones Steiner aborda la cuestión de Dios. «Verosímilmente», dice, «el homo se hizo sapiens [...] cuando surgió la cuestión de Dios». En efecto, ¿no ha fascinado por igual a creyentes y a incrédulos la cuestión de Dios?
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