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El mayor homenaje que se puede rendir a Antonio Grau Mora el Rojo el Alpargatero es el de establecer de una vez por todas su verdad biográfica; su verdad humana sin paliativos, con todas sus grandezas y todas sus miserias. Es algo que le debemos por la riqueza que nos ha legado. Andrés Salom Antes, mucho antes de que El Rojo viniera al mundo, el flamenco ya había echado a andar. Sobre el flamenco en ciernes tenemos noticias de Jerez y Cádiz como centros cantaores importantes y con nombres que han pasado a la historia. También en Ronda hay cantaores señeros. En Sevilla destacan algunos cantaores que la flamencología de corte tradicional ha ignorado, procedentes del campo de los bandoleros y caballistas. También y antes de que en Callosa de Segura naciera nuestro protagonista, en los primeros años de la etapa de transición a los Cafés Cantantes (1830-1860), el flamenco, como género musical, empieza a estructurarse y a consolidarse. Su divulgación y comercialización a través de fiestas, reuniones, salones y academias, incluso por los Teatros, permitirá una mayor profesionalización de los primeros artistas. Nacerán o tomarán nombre muchos palos del flamenco. En ese ambiente, en 1847, nace Antonio Grau Mora El Rojo el Alpargatero, un nombre esencial para el mundo del flamenco en todo el Levante.
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