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Es la penúltima etapa en el peregrinaje de Lief, Barda y Jasmine. Su objetivo es el Valle de los Perdidos, un lugar de vegetación abundante y salvaje y envuelto en niebla. Primero deben llegar a Tora, una ciudad mágica y desierta, completamente blanca, donde los habitantes han desaparecido al no mantener el juramento al rey. Sin embargo, todo está intacto: plantas, alfombras y manjares se ven en las ricas casas. Una vez descubren que allí no está el legítimo heredero al trono, emprenden camino al Valle de los Perdidos, donde se encuentra el diamante, la última de las piedras preciosas que les falta para recomponer el cinturón. Es un lugar de vegetación exuberante -helechos y hongos color rojos oscuro, de raíces torcidas, brotan por doquier--, dominado por una espesísima niebla. Sus habitantes parecen auténticos fantasmas: vestidos con harapos y de dedos transparentes y grises, y rostros pálidos, forman un paisaje más de la niebla. Entre todos ellos destaca el Guardián: de ojos extremadamente rojos, es un hombre barbudo y alto, de rostro consumido por los años y viste una larga túnica oscura. Sujeta en cada una de sus manos dos gruesos cordones grises, que se pierden en la niebla.
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