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Cuando Mary W. Shelley escribió Frankenstein (1818), una de las obras clave del Romanticismo europeo, no podía ni tna solo imaginar que su delirio novelesco llegaría a ser algún día posible.l su novela pretendía ser, ante todo, una relectura de los viejos mitos de creación a la luz de la estética romántica. Pero acaso, sin darse cuenta, esa relectura remitía fundamentalmente a la técnica y el progreso, nuevos dioses de Occidente. No era el logos místico del Evangelio de San Juan ni el saber hermético de rabino Löv lo que animaba la obra del Dr Victor Frankentein, sino la ciencia.
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