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Maeterlinck, una de las cabezas de su época, alojó siempre en su mente un sentido de lo infinito y lo eterno. Le descubrí muy joven, cuando leí Le Trésor des humbles, en donde se encuentran las mejores páginas jamás escritas sobre el silencio. Desde entonces soy admirador del belga, de sus ensayos y de su teatro. Hay una frase suya que me ha ayudado a valorar mi primicia literaria (Péndulo). La frase es esta: "No valemos sino lo que valen nuestras inquietudes y nuestras melancolías". Este Maeterlinck es el que tuvo para mí frases halagadoras. No vaciló en reservarme un lugar entre los espíritus dotados de antenas. Se refirió a la época que le tocó vivir y también a la mía. Se le notaba la preocupación apocalíptica que no había descubierto en sus escritos. (Fragmento de Tanteos crepusculares).
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